destierros
y tinieblas (1963, 1965,1995)
QUEVEDO HABLA DE
SUS LLAGAS
El sueño ha
terminado para siempre.
Ayer la muerte, que
empezó en la vida
del parto sin noticia,
quiso al cuerpo
semilla y carne de
una tierra oscura.
Llueve y penetra frío
entre mi vientre;
mas mi costado estéril,
¿dónde yace?
Ciego del ojo izquierdo,
cancerado,
tullido me dejaron
en la ausencia
y la distancia lúgubre
de invierno
fosco y desamparado;
mis amigos
hacen burlas de mí,
quisieran verme
exactamente hambriento
y degollado.
Demos algo de tiempo
al parasismo,
que ya se acerca y
espantoso suena
el golpe, el golpe
de la muerte mía,
grave y seguro al reino
del espanto.
Ya le sobro a mis
huesos: ya me sobra
mi muerte breve en
las rodillas frías.
Hoy nazco y no envejezco.
El nacimiento
de hombre mortal que
atesoró la muerte
quedó borrado
en sueño, en ramalazo
feroz de tierra removida.
Miro
lo que será
de aquel desengañado,
lo que será
de aquel silencio
que abrió las
puertas de la torre muerta.
Falsarios, bujarrones,
pobres príncipes
de ayer: tal vez vuesas
mercedes tienen
fragantes, delicados
los alientos.
Mozos enjalbegados,
ya la corte
ha de cerrarse tras
las extensiones
tristes de vuestras
sedas filipenses.
Los escribanos turbios,
boticarios
que adulteraron muertes
silenciosas,
cunas y sepulturas
reunidas
junto a la voz adúltera
del Duque,
libelos sodomitas por
las calles
hablan de mí
(vuesa Excelencia tiene
qué comentar:
se dice, se susurra
que me he vendido,
que en mi mano suenan
dineros extranjeros,
y otras cosas
cuentan de mí
corchetes de la muerte);
todos, España,
llenan tus dominios
de gusanos, y el Rey
toma su baño
entre ministros sucios
y elegantes.
La corona se inclina
ya podrida.
Sobre tu piel amada,
España,
unas velocidades de
langostas
sin rey se lanzan devorando
todo
tu ardiente espacio
de alba estremecida.
Yo le sobro a mis huesos:
su compaña
comodidad y aliño
es de gusanos.
Desde esta noche está
el sepulturero,
fijos los ojos negros
en la tumba,
contando pobres, míseros
despojos.
Ya no me queda nada.
Mis espuelas
doradas yacen en las
manos turbias
de algún ladrón:
con ellas sujetaron
la atroz mortaja. No
me queda nada.
Me profanaron todo:
hasta la muerte
apenas si fue mía.
Luego algunas
manos distribuyeron
huesos húmeros,
difuntos de otras muertes,
de otras vidas,
y en ellos revolvieron
mi esqueleto
o la memoria de su
cal deshecha.
Las pústulas
de ayer, los apostemas
no están allí,
y el viento de mi cuerpo,
junto a las cuatro
siempre repetidas
paredes de la cárcel,
no me invade,
ni las heridas que
cauterizara
mi propia mano. ¡Tierra
es lo que sobra
para enterrar amor,
tierra pisada
para cavar el polvo
enamorado
que amé, que
amé sobre las lejanías!
Dios está cerca.
Sobre los rosales
un viento extraño
mueve las estrellas.
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