solitario,
mira hacia la ausencia (1953)
CANTO DE PARTIDA
¡Recíbeme,
recíbeme en la noche, oh viejo viento de junio,
mientras regreso bajo
las suaves estrellas silenciosas;
viento amado del invierno,
viento de lluvia y eco,
recíbeme hasta
el último suspiro de tu pecho,
y, ahora que regreso,
oh noche, espérame en tu puerta!
Y de improviso todo
el viento se ha soltado,
todo el viento se ha
puesto a gemir por la tierra,
pero a mi lado, mientras
regreso,
alguien resguarda mis
pasos,
y siento una suave
sombra
venir hasta mi encuentro.
¿Eres tú, fuiste
tú, eres tú en esa noche,
eras tú en esa
triste, delgada espera sombría,
eras aquel fantasma
que surgía en mi cama
a medianoche? ¿O eras
una mañana
llena de fugitivos
pájaros
que pasaban amándose
sobre el asfalto fresco?
¿Eras tú, fuiste
tú esa pequeña
llama que por mi espalda
sentía silenciosa?
¿Eras tú, amor
final, amor que nunca
resbaló por
tus ojos -¡oh luz ausente y querida!-,
eras como ese encuentro
que el amor abre a tajos
para dejar ternura
con soledad y frío?
No, no eras eso. Pero
tal vez fuiste eso.
Tal vez abres los ojos
para mirar la suave
luz de otra primavera
pasada por tus ojos;
tal vez sientes de
nuevo que el tiempo no ha pasado
por tu cuerpo delgado
(o que tal vez ha pasado),
tal vez preguntas algo,
y en tu boca se duerme
como otras veces la
trágica y oscura luz de la ausencia.
Amor olvido, amor
lluvia, amor deseo, amor distancia:
he regresado a mi casa,
atravesando
el parque silencioso,
bajo las sombras
de junio -cansado y
solitario-,
mientras giraba todo
en mi cabeza
como las hojas que
escapaban: cantando
por adentro, pensando
qué es lo que fluye,
qué es lo que
parte, qué es lo que vuelve;
y aunque me he perdido
sin nada, con algunos
nobles amigos, sin
poder retener
lo que vivieron y amaron
y compartieron conmigo,
pido sólo el
temblor del viento entre la tierra
húmeda de este
parque bañado por los pasos
fugitivos: amor viento,
amor agua, amor distancia.
Temblando fue la estrella
recorrida, temblando.
Temblaba el cuerpo
estrella ceñido entre mi labio.
Temblando mi distancia
se acercó a tu distancia.
Temblando entró
el recuerdo desde que nos encontramos.
No quiero volver,
no quiero
regresar a tu vida,
pero tal vez quiero
volver a tu distancia.
¿Recuerdas que me hablabas
desde un lugar lejano,
aunque estuvieras cerca?
¿Recuerdas que estudiabas
con tormento
cuando en el patio
la lluvia
empezaba a caer, menudamente,
y los viejos compañeros
corrían a refugiarse
al corredor marmóreo
y espectral, en la
luz del invierno?
No, no recuerdas, pero
yo recuerdo
el vidrio frío
donde apoyaste tu mano
para dejar apenas una
ráfaga triste
y encendida y lejana.
Y ahora ha llegado
junio y en la noche callada
miles de corazones
duermen en la penumbra,
y recuerdo la dorada
leyenda de los años
de juventud furiosa
en la ciudad, las tardes
de verano ardoroso,
los pies sobre escaleras
de metal, los avisos
eléctricos cansados
con pupilas de rojos
párpados, los libros
de poesía mordidos
en la noche. ¡Y ahora, adiós,
adiós calles,
adiós conversaciones
sobre el destino del
hombre, adiós señuelo amargo
que encandiló
los ojos de nuestra adolescencia,
adiós suave
medusa, adiós puerta cerrada!
Es la hora, es la
hora en que debemos morir;
es la hora para rodar
en la noche
abrazados, besando
de estrella a estrella,
de furia a furia, de
hueso a hueso;
es la hora para apretar
la angustia
de pecho a pecho, para
dejar la muerte
derrotada, perdida,
moribunda en el suelo;
es la hora para morir
cantando
de nuestras muertes;
es la hora para que tú dejes
tu muerte entre mi
muerte, amor, amor mío.
Quiero el amor dejar
escrito entre tu pelo,
quiero dejar ardiendo
tus ojos silenciosos,
para que no haya olvido,
porque es la hora
en que debemos morir,
es la hora
de la partida, sí.
¡La hora, la hora, por favor!
¡La hora, por favor,
dígame, dígame el tiempo
para rodar cantando,
apretados, mordiendo,
para rodar los dos
en una sola muerte!
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