solitario,
mira hacia la ausencia (1953)
LOS DÍAS
QUE LA AUSENCIA HA DEVORADO
Nunca olvidarás
la calle bajo la luz extraña
de septiembre, una
tarde; no olvidarás
olores del café
que dormía en la taza,
pero tal vez olvides
algo, tal vez se ausente algo.
Y ahora sólo
escucho el sonido de la noche
que cae de la playa,
y no hay nadie,
nadie que te recuerde,
nadie
sino los vientos
marítimos, las
voces de los niños, y el perro
que duerme todo el
día como espejo aburrido,
nadie sino el azul
dormido por la playa.
Entonces la penumbra
rodeaba los sillones
y desde alguna parte
la música subía,
la música mojaba
tu ardiente corazón,
y desde alguna parte,
desde una parte gloriosa,
tu voz que conversaba
derramaba los días
futuros de nuestras
vidas, acentuando, invisible,
lo que apenas pensaba
la memoria lejana.
Compañero presente,
no queda nada
sino el silencio de
la casa,
los días que
el amor ha devorado,
tu rostro que brilla
en las paredes
acentuando la nostálgica
luz de la luna,
los pasos que acercaron
su carga de deseos
hacia el río
desierto; y sólo el eco
de esas largas conversaciones
rotas
en la orgullosa y perdida
tarde final de un año,
las palabras llenas
de alcohol bailando
delante de nuestros
ojos; es decir, queda un nombre
que recorrió
veredas sucias, pobres, tiznadas
por la luz de un crepúsculo;
y ahora, compañero,
las mañanas ansiosas
de estudio interrumpido
caen entre mis manos
y desde el parque viene
la bocanada amarga
de aquello que responde
sólo a un pasado muerto.
Abrid, abrid las puertas
silenciosas
que el tiempo no ha
tocado; dejad que entren los cuerpos
a ocupar su lugar;
dejad que el lecho curve
un arco distendido
de pieles ardorosas;
dejad que alguien devore
los días. Sólo queda
en la casa de antaño
un viento que recorre
cuerpos aletargados:
un viento que levanta
días donde las
ciénagas reciben cuerpos muertos,
días que retroceden
del día que dejaron,
días que sostenían
una nueva estela,
una burbuja apenas
sobre el agua callada
que alguien bebiera solo.
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