La mujer desangrada

 

Cuando la Mujer Desangrada entró, nos vimos enceguecidos por una luz tan vívida como la que produjo la bomba de Hiroshima. Todos tratamos de mirarla. Nuestras caras tenían aspectos espectrales y nos observamos con estupor nuestras manos. Me volví al Maestro de la Invectiva, don Félix Palissa, que, copa en ristre, sonrisa sardónica, tic en el ojo izquierdo, estaba a mi lado. Cogí su antebrazo derecho, se lo apreté, y le dije casi en murmullo:

-¿Qué ocurre, Maestro?

El Maestro de la Invectiva me guiñó un ojo, me llevó a un rincón, cerca de donde se hallaba don Benicio Carretas, ex-Bi Hombre Público, y me susurró:

-Creo que acaba de entrar un ánima en pena.

La luz que nos envolvía, cegándonos, se desvaneció poco a poco. Entonces nos miramos. Allí estaba la Mujer Desangrada. Presentaba sus respetos a los dueños de casa.

-¿Qué pasa, Maestro? ¿Es qué estamos muertos? Voy a pellizcarme.

Me pellizqué. No soñaba. ¿Quién era esa mujer? Alma en pena, pensé: pálido espectro, pared blanqueada, diluvio de arroz, cal con cejas.

-Mujer es, aunque espectro -dijo Palissa.

Los dueños de casa se estremecieron. Ahora se la veía mejor: menuda, inconsútil, melindrosa, transparente: se la llevaba la blancura.

-Ha sufrido el ataque de un vampiro -observó Félix.

-Es la relacionadora pública de Drácula -agregué.

-Acaba de desayunar con Bela Lugosi -aclaró Palissa.

Luego entró el Marido. El Marido de la Mujer Desangrada era algo sanguíneo, bermeja la nariz, tenía el cráneo fetal, los ojos impávidos, las gafas corridas y el gesto bovino. El Maestro de la Invectiva sonrió: torció los labios, y me sopló por el lado izquierdo, entubando la voz:

-Es el bobo metafísico -aclaró.

 

El Marido se acercó. Temblamos. Saludó y balbuceó: -Las sábanas... -murmuró con voz atiplada-, las sábanas. ¿Quién me robó las sábanas?, ¿dónde están mis sábanas?

Miré de reojos a Palissa. El Maestro sesgó el ojo izquierdo. ¿De qué sábanas se trataba? ¿Quién le había robado las sábanas? ¿Qué podíamos hacer para recuperar esas sábanas?

El ex-Bi Hombre Público aguzó su cara de rinoceronte y exclamó:

-¡Cuando yo fui Bi Hombre Público!

Palissa interrumpió:

-Y a mí qué coño me importa que usted haya sido Bi Hombre Público. Lo que importa ahora, señor Bi, es encontrar las sábanas perdidas de este señor.

-Sí -musitó el Marido-: mis sábanas, quiero mis sábanas, ¿dónde están mis sábanas? ¡He perdido a mi mujer!

El Maestro de la Invectiva soltó un regüeldo. Compuso el gesto y preguntó:

-¿Qué tienen que ver sus sábanas con la pérdida de su mujer?

El Marido bajó la voz, estremecióse, y dijo:

-Mis sábanas, señor. Y con lo que yo quiero a mi mujer. Imagínese usted.

El ex-Bi Hombre Público enarcó el pecho, se tocó unas invisibles condecoraciones, ahuecó la voz con tono de buey protector y gimoteó:

-¡Ay, cuando yo fui Bi Hombre Público!

El Marido prosiguió:

-He perdido a mi mujer para siempre. Me han robado las sábanas. No puedo verla. Dicen que está aquí, señor, en esta casa, pero no la veo. Mis sábanas...

Su voz trocóse en lamento. Lloró. Se le cayeron las gafas. Se le encendió el semáforo rojo de la nariz.

-Mis sábanas, señores. Algún malvado me las ha robado. ¡Mis sábanas negras! ¡Las sábanas negras de mi cama matrimonial: sólo con ellas puedo ver a mi mujer. . .!

Y cayó cuan bobo era a nuestros pies.

 

Sitio desarrollado por SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile